Hay niños que te marcan e Íñigo Ustárroz Sorbet es uno de ellos. Comenzando por el rocambolesco viaje de su madre, Jaione, previo al parto. Siguiendo por lo precario de su estado al nacer, con su madre y abuela al lado. Y el trasplante de corazón, con un mes escaso de vida. A partir de ahí, tesón e ilusión a partes iguales. Controles seriados en Pamplona y Madrid, con un seguimiento impecable en Virgen del Camino (lo sigo llamando así, licencias de la edad). Y coraje, siempre y a contracorriente, valentía por delante. Hay veces que preferiría regentar una mercería, por ejemplo y con todo respeto, y ahorrarme los disgustos de mi profesión. Esos malos ratos que no se aprenden en la Facultad ni figuran en los libros. Pero de joven aprendí que además de curar tenemos que consolar. Cuando no podemos hacer más, un sentido abrazo en silencio ayuda. Acompañar y agradecer la confianza depositada. Estar ahí. Sobran las palabras. Hay ocasiones en que los pacientes nos enseñan a los médicos. Cada vez más, pienso en realidad. ¿Cómo explicar, si no, la curiosidad e inconformismo frente a los retos cotidianos? Ante situaciones de dificultad o flaqueza, evocar a Íñigo u otros nos ayuda a levantarnos para seguir dando lo mejor de nosotros. Guardo con cariño esa foto contigo en mis brazos, donde las mascarillas ocultan dos radiantes sonrisas. Descansa en paz, Íñigo. Ahora podrás besar a la abuelita, aunque no regreses.
Juan-Miguel Gil-Jaurena. Jefe Cirugía Cardiaca Infantil del Hospital Gregorio Marañón de Madrid.